
El crecimiento de la presión impositiva es uno de los fenómenos de
política económica más importante de la última década. Según datos del
Ministerio de Economía, la presión impositiva (nacional y provincial)
viene creciendo a razón de 1,6 puntos porcentuales del PBI por año desde
el año 2003. Así, se pasó de una presión tributaria del orden del 22% del PBI en el año 2000 al 35%
del PBI en el año 2011. Si además se suma las imposiciones que aplican
los gobierno locales (municipios), la presión impositiva total llega a
un nivel del orden del 38% del PBI. Es difícil encontrar antecedentes en el mundo de crecimientos tan vertiginosos de la presión tributaria.
En este marco, resulta muy paradójico que los recursos fiscales
resulten insuficientes para sostener el crecimiento del gasto público.
Vedada la alternativa del endeudamiento voluntario se viene apelando con
creciente intensidad a dos mecanismos muy usados en la historia
argentina: el endeudamiento compulsivo (por ejemplo, acumulando juicios
con jubilados) y la inflación. Para entender la
importancia de la inflación como fuente de financiamiento del Estado
resulta pertinente hacer el siguiente ejercicio con datos oficiales:
· El monto total de dinero en poder del público asciende a aproximadamente $250 mil millones.
· La tasa de inflación promedio medida por la inflación de las provincias asciende a 22% anual.
· Esto implica que, en un año, el monto de dinero en poder del público pierde $56 mil millones de su valor por efecto de que los precios de los bienes aumentan.
La desvalorización del dinero tiene implícita una “transferencia” de
recursos desde la población hacia el Estado. La gente recibe del Estado
billetes por un valor nominal que se va deteriorando a lo largo del
tiempo, es decir que cuando son utilizados sirven para comprar una menor
cantidad de bienes debido al aumento de los precios. Esa diferencia
opera como un tributo que paga la gente y que es apropiado por quién
detenta la facultad de emisión de los billetes, que es el Estado. Por
eso, se usa la denominación “impuesto inflacionario”.
El “impuesto inflacionario” es, comparado con otros impuestos, muy
regresivo porque la inflación golpea proporcionalmente con mayor
virulencia a los ingresos de las familias más pobres. Además, niveles
altos de inflación cercenan la capacidad de crecimiento porque penalizan
la inversión productiva y premian la especulación. También alteran el régimen federal
porque el Estado nacional cuenta con una fuente de financiamiento que
usa discrecionalmente sin obligación de coparticipar a las provincias.
Para dimensionar su impacto, los $56 mil millones que
recauda el Estado nacional como “impuesto inflacionario” es un monto
equivalente a la mitad de los ingresos totales de la Provincia de Buenos
Aires o casi el doble de los ingresos de las provincias de Santa Fe o
Córdoba.
Para justificar el vertiginoso crecimiento del sector público
–que obliga al aumento de la presión impositiva y del “impuesto
inflacionario”– se apelan a argumentaciones ideológicas. Sin
embargo, los discursos se cambian y se adoptan criterios opuestos cuando
se cuestiona que las provincias y municipios impulsen mayor presión
tributaria para financiar sus presupuestos. Esto demuestra que la
cuestión ideológica es apenas una pantalla y que en el fondo de lo que
se trata es de una puja por apropiarse de recursos públicos a los fines
de acrecentar poder. Se impone la lógica de que mientras más fondos se
acumulan mayor es la capacidad para subordinar a otros sectores
políticos y sociales.
El “impuesto inflacionario” y las tasas de dudosa legalidad
que plantean los gobierno locales testimonian un severo proceso de
degradación institucional. Desde el punto de vista económico,
socava las posibilidades del sector productivo para aprovechar la
oportunidad inéditamente favorable que el contexto internacional le
ofrece a la Argentina. Desde el punto de vista social, la población
soporta el sacrificio de pagar cada vez más impuestos sin que se
traduzcan en mejor educación y salud pública y más calidad de vida.
Fuente: IDESA
Fuente: IDESA
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